Los muros de un edificio son la piel de un gran cuerpo inanimado. Una piel en la que van marcando la huellas del paso del tiempo y que, además, sirve como protección y revestimiento estético.

El ornamento necesario e indispensable. Mientras que las columnas son los huesos que permiten que una construcción se mantenga en pie, que conserve su estructura y que resista pegada a sus cimientos. Además de estilizar sus formas. Los muros y las columnas son también los lugares donde se puede cartografiar la historia del edificio, donde se puede trazar de forma imaginaria una línea espacio-temporal que comenzara con su construcción y terminara ahora mismo. Ante nuestros ojos, en nuestros días, justo cuando los estamos mirando.

María Sánchez (Ávila, 1977) se encontró gracias al destino artístico con los muros y las columnas del claustro de la Seu Vella. Un espacio que tiene algo de no lugar. O al menos de lugar que ha ido mutando con el paso del tiempo, por la acción y el impacto de las manos de mujeres y hombres. La artista ha perseguido estas huellas que la acción humana ha ido depositando sobre la piedra, la pintura y el yeso, utilizando sus propias manos para reconstruir de una forma efímera (en sus acciones) lo que allí pudo haber pasado y dejando registro (en sus vídeos y fotografías) del contacto de su propio cuerpo con la piel y los huesos arquitectónicos. Y recurriendo a la performance como medio de expresión artística que vincula momentos históricos en torno a un sitio muy concreto, que finalmente se convierte en un conector orgánico de emociones y recuerdos colectivos.

La obra de esta artista siempre ha estado ligada a espacios íntimos, a la esfera más privada del ser humano y a las relaciones personales. Siempre ha buscado el momento en que una persona entra en contacto con otra, en qué términos o circunstancias se produce este encuentro y hasta dónde puede llegar esa relación. Con este trabajo titulado Claustre indaga en la intimidad de un edificio y en los motivos por los que pasó de ser un espacio religioso a militar y ahora a convertirse en un lugar para la contemplación y también para el encuentro entre personas que pueden rozarse entre ellas o tocar con sus propias manos las huellas que ha dejado la historia en muros y columnas. Es decir, en huesos y piel.

Fernando Bernal

Claustre, 2018